En estos días conocí a una persona, muy humilde, sencilla, de buenas intenciones y con planes futuristas. Un joven de familia clase media-baja, pero con un arte para la creación de la amistad y la confianza maravilloso.
Hemos compartido muchos momentos agradables, de risas y tragos, de historias, y hasta de llantos. Su madre murió hace unos días, y fue una perdida terrible para él y su familia. Fui a acompañarlo en ese momento tan triste, conjuntamente con mi novia, y me conmovió bastante la frialdad que le embargaba al momento de yo saludarle.
Días antes de la muerte de su madre yo le había hecho un favor, y a la vez había cometido un error, el de prestar dinero a una persona amiga, o por lo menos eso yo creía. Cinco mil pesos, al módico veinte por ciento. Desgraciadamente, después de yo haberle prestado ese dinero habían pasado varios inconvenientes en su vida, a los pocos días chocó su carro, la muerte de su madre, en fin, líos por todos lados. El dinero se lo facilité gracias a un compañero mío del trabajo, acordamos el pago devuelta para los próximos 15 días. Pasaron días tras días y no recibí ninguna llamada, solo salían de mi celular hacia el suyo, y ni una respuesta a los timbres molestosos del aparato. Ni una llamada de regreso.
Justamente dos meses y un día después, y después de tantas excusas baratas, de una espera tan larga. Estoy estrenando mi nueva arma, una 9mm, marca Glock, color negra, como a mi me gustan, 12 tiros en el peine y uno en la recamara.
“Ya no me interesa que me retornes el dinero, yo se lo pagaré al amigo que me lo prestó. Recuerdas que te había dicho una vez que todo se paga en esta vida?... Pues no quiero que se me haga tarde y perder la oportunidad…”
Hoy estoy aquí, sentado en este banco, dentro de este cuarto tan frío y a la vez tan cálido. Desde aquí escribo estas notas, añorando alguna vez salir nuevamente a las calles de mi ciudad, y poder volver a disfrutar plenamente de mi libertad.
“Que en paz descanses mala paga.”