El miércoles 12 de Abril la incertidumbre y la duda arropaban las mentes de todos los reunidos en la sala, 7 personas en total, número mágico ese. Todas las mentes coincidían en una sola cosa, el destino nuestro para los siguientes 4 días y 3 noches. Ninguna conclusión objetiva. Estábamos tarde, eso lo sabíamos. Pero nunca se perdió la esperanza. Seguimos exponiendo ideas, buscando salidas, tratando de encontrar algún espacio que pudiera albergar las almas nuestras al llegar el día 13 a las 2:00 pm. Llamadas salientes, llamadas entrantes y todas sin ningún resultado que pudiera aliviar el deseo y la ansiedad del momento. La mente se me iluminó, después de tantas revisiones al mismo aparato. Vi un número, lo marqué, una voz contestó con entusiasmo y emoción. La invitación no se hizo esperar, mucho menos mi aceptación. De la misma forma extendí esta hacia los demás colegas que me acompañaban en ese instante, ninguno se animó, solo ella y yo. No tuvimos otra salida, de momento, que albergarnos en la idea de marcharnos solos, sin ellos.
El día 13 empezó con algo de sueño y pesadez, también con la emoción de que finalmente ya había encontrado mi destino, no como lo imaginé desde un principio, tampoco como lo quise, pero qué se iba a hacer?... Ya estábamos en el día de la partida, y no había otra salida; por lo menos, no hasta ese momento. Trabajo en la mañana y hasta el mediodía, reparación o chequeo al carro antes de marcharme, eran mis preocupaciones más importantes. Hasta que recibo la llamada que marcaría el destino definitivo de esas 3 noches y 4 días. Primero Romana, después Higuey, y ahora qué?... Ahora pues, nos vamos a Sabana de la Mar. 2:30 pm partida hacia el destino final, 3 horas y algo de viaje, 8 personas en un Toyota Corolla Station, 8 bultos encima del capote, amarrados con soga hasta más no poder. Aire, música, risas, piques, 4 parejas de amigos, hermanos, cuñados y novios.
6:00 pm aproximadamente, llegamos. El primer hotel: lleno. El segundo hotel: tenebroso. El tercer hotel: Extremadamente caluroso. El quinto hotel: Precioso. Solo tenía un defecto, quedaba una sola habitación para rentar. Dos camas, un abanico de techo, 8 personas queriendo ocuparla, eso significaba dormir en el suelo, por lo menos algunos. No lo pensamos dos veces. Ahí estábamos, organizando en el suelo nuestro equipaje. Nos consiguieron una televisión de 21 pulgadas, así podíamos jugar XBoX, y ver películas. No sin antes pasar por “Fon Von” a comernos las tan mencionadas “Minutas”, ya estaba yo que si no las probaba no iba a dormir, me las habían metido hasta por los ojos de mencionármelas tanto. Muy buenas, por cierto. Playa el viernes, río de regreso, fueron los momentos más destacados del día. En la noche todo tranquilo, era viernes santo. Un hambre terrible y nada para comer, nos la ingeniamos como pudimos. Playa el sábado, más lejos que el carajo. Su nombre: Costa Esmeralda. Dos horas de trayecto para llegar, a fin de cuentas valió la pena la odisea. Preciosa!, sencillamente hermosa!... Una de las más lindas del país, quizás del mundo. Entre revuelcos en la arena, revuelcos en las olas, y espaguetis con pan y arena, pasaron 3 horas. De regreso, el río nos vio de nuevo por ahí. El día anterior se había ahogado allí un señor, después de habernos ido, eso supimos. Me dio miedo bañarme en el rió de nuevo, producto de lo que había oído. No me gusta bañarme con muertos, y mucho menos si hace frío.
Playa Costa Esmeralda.
El sueño agobiaba mi cuerpo. 6:30 pm, llegamos. Me acosté de inmediato, ella también, a mi lado. Eran las 12:00 pm cuando despertamos. Tan solo mi cuñado y la cuñada de ella, más nosotros dos en el cuarto. Los otros se habían largado a la discoteca del pueblo. Nos levantamos, nos marchamos junto con ellos hacia allá, habían venido a buscarnos. El tigueraje de ese lugar me recordó a mi barrio natal, San Carlos. Por eso nos fuimos de inmediato, no soportaba un segundo más en medio de un ambiente entre perros y gatos. Entre risas, relajos, películas y buen rato nos acostamos, al otro día nos tocaba el regreso. 10:00 am todos nos levantamos, preparamos bultos, y zarpamos. Muchas curvas estrechas y camiones que se presentaban de repente, ella asustada y mareada, los otros la corroboraban. Todo tranquilo en la capital, gracias a El llegamos todos sanos y salvos, sin un rasguño, después de disfrutar mucho más de lo que me había imaginado.